martes, 13 de abril de 2010

Eramos uno

Éramos uno, más allá del tiempo, del horizonte.


Éramos diosecitos humanos.


Estábamos completos, enteros. Unidos, íntegramente acabados.


El hombre en la mujer y la mujer en el hombre. En armonía.


Mezcla resuelta. Fusión eterna. Cuerpo compartido.


La luz en la sombra, la noche en el día, los años en un segundo, la guerra en la paz, el hambre en el hastío, dulcemente amargo. Eclipses de encuentros en los desencuentros, arrebatos del permiso, rabias de la calma, milagrosa revolución, epifanía secular.


Inconscientemente conscientes ardíamos en el agua y nos bañábamos en el fuego tanto como soñábamos despiertos. Amados enemigos, amigables adversarias, cobardes envalentonados y valientemente acobardadas hacíamos posiblemente de lo imposible una real ficción, increíblemente verosímil, artificialmente naturalizada. Ni altruistas ni egoístas. Acertábamos errando y en general, éramos especialmente expertas inexpertas y sabios de la nada. Contigo en el conmigo, éramos la medida de todas las cosas.


Recordando lo que fuimos y acordando lo que somos al corazón, juntos, juntas, caen al mismo tiempo las lágrimas de las emociones y la sonrisa que empieza en una mejilla termina en la otra.

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